La esperanza del éxito
Por: Laisa Y. Pagán Figueroa |
Cuando me senté a escribir este ensayo me encontré con una situación muy particular. Es evidente mi falta de concentración en cuanto algunos tópicos se refieren, pero este es mi elemento en donde me siento muy cómoda. Y como toda escritora me veo frente a una información que será la base de mi exposición más hay algunas cosas a considerar. Tres personas tienen sumo interés en el tema a tratar: el Sr. Diego Meléndez (caficultor), la profesora y yo. El Sr. Meléndez porque el ser caficultor y es su medio de sustento, la profesora porque ha de evaluar este informe y yo quien he tenido la oportunidad de expandir mi experiencia y conocimientos.
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Más quisiera comenzar dándole un respiro refrescante al profesor que segura estoy recibirá de mis compañeros las notas históricas de cómo fue introducido el café en el Nuevo Mundo y Puerto Rico (que viene de Arabia, de África, de Etiopía o Abisinia, etc.) y traerlo a la experiencia actual dándole algunas gotitas de datos que serán cual rocío de la madrugada o como el aire que en el rostro sudado por la faena, refresca. Don Diego es un caficultor “jíbaro” del centro de la isla. Su hablar es muy parco y las respuestas que ofrecía eran casi monosílabas. La timidez se veía en su rostro que jovialmente daba explicaciones pequeñas a grandes cuestiones. Su sinceridad era su tarjeta de presentación y me recibió con deseo de compartir y responder a mis preguntas. Para mi sorpresa en pocas palabras dijo mucho y a mi me toca decir lo que él no quiso o no pudo expresar con más claridad y elocuencia.
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¿Y de qué hablamos? Del café naturalmente, de sus años de experiencia, 38 años, casi toda una vida. Me habló de sus preocupaciones en cuanto a la calidad del café al sol que según sus palabras: “Me enteré que el café en sol su producción era más por cuerda, pero como quiera, tenía un problema que su calidad es inferior.” Y no es para menos pues “el jíbaro” aunque humilde siempre es veraz y honesto. Siempre preocupado por “el bien que pueda hacer sin mirar a quien”, y que en tiempos pasados “un pelo del bigote” era suficiente para sostener la verdad de la palabra. 275 años de cultivo en Puerto Rico ha dejado un vasto caudal de conocimientos que este tipo de agricultor ha sabido aprovechar, siempre cuidando de su respeto y prestigio personal, siempre cuidando de su reputación. Y ahora les piden que cambie de cultivar el café a la sombra el cual aunque de menos producción sí de mejor calidad. Un grano más grueso y una torrefacción más exquisita. Por el contrario el café al sol es más pequeño y sí, de mayor rendimiento en cuanto a su cosecha. Pero me pregunto si la calidad llena los estándares y expectativas de personas que como don Diego no conocen de proletarianismo y si así fuera no les interesa mucho que no sea para el bienestar de su propia familia en cuanto al pan que se ha de llevar a la mesa se refiere. Se ven obligados por las circunstancias a cambiar su comportamiento pero dudo mucho puedan cambiar su idiosincrasia, sus valores y sus principios. Aceptó el cambio solo porque “así eran las cosas ahora”. Y por “la esperanza del éxito” como bien dejara dicho.
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Pero con tristeza en el tono añadió: “No era lo que esperaba”. Luego a otras interrogantes contestaba que había tenido problemas en el recogido, se quejó a su estilo gallardo de que hubo pérdidas,. Encontró los inconvenientes del “yerbajo” que supongo se refería a los matojos y demás plantas hostiles a su actividad. Seguía insistiendo en que, “las plantaciones exigen más abono, la calidad del café es diferente en el sol la producción es mas pero se quema mas el café y su calidad es inferior.” Otro inconveniente que se encontraron estos agricultores del que me informé por medio de don Diego fue el económico. En el café al sol el costo es mayor pero encontró ventaja de además de ser más productivo en cuanto a cantidad cosechada también lo había en mayor variedad. Entre estas variedades podemos encontrar “el rimani, fronton y tatuai”,según él. Un dato curioso fue cuando se le preguntó: ¿Cómo se sintieron los recolectores de café?, Fue su respuesta tajante: “No muy a gusto. En el café de sombra se sentían más a gusto. Y el de sol no les agradaba, ya que el recogido bajo el sol era mas agotador.” Es evidente su pragmatismo en toda actividad laboral en la que el jíbaro se ve envuelto. Siempre práctico y atento a detalles como la humedad y temperatura. Otra preocupación que mencionó fue la de los cuidados del suelo, vena vital de su profesión. Dijo que en la sombra ( el café a la sombra) “...se tarda más en recoger y el producto era mejor y su suelo sufre menos.” Sólo como comentario aparte en toda nuestra conversación noté un respeto por la tierra, más parecía que hablaba con un ecologista o ambientalista que con un agricultor “Jibaro de la Montaña”, como ellos se refieren a si mismo.
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Hubo una época sí donde habían haciendas azucareras, de tabaco y café. Fue en tiempos de la dominación española, con el cambio de soberanía en 1898 vinieron muchos cambios que terminarían minando estas industrias puertorriqueñas y la naturaleza haría también su parte. Los huracanes, las plagas y los malos tratos a la tierra tomaron protagonismo en la destrucción parcial o total de estas industrias nativas. Desapareció el azúcar con sus ingenios y cañaverales, desaparecieron las plantaciones de tabaco y en cuanto al café muchos torrefactores ya no están y todavía hoy luchan los que quedan por su sobrevivencia. El costo de producción y otros factores económicos y sociales les ha impulsado a cambiar formas para realizar sus trabajos. Ya no es el café de sombra sino de sol el que deben de sembrar para poder subsistir en un mundo de tanta competencia con otras industrias locales e internacionales. Pero agricultores y mejor, caficultores como don Diego Meléndez, están para recordarnos que nuestra tierra y nuestro suelo, sagrado para los taínos de antaño, sigue siendo materia primordial y “santa” para el sustento de las familias y de las esperanzas de nuestro pueblo.
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